Todo empieza en un aeropuerto. El viaje parecía sencillo, hasta tenía horas de escala de sobra en Dublín. Pero si fuera sencillo, no sería mi viaje. Para haceros un resumen: retraso de dos horas, corriendo escaleras arriba y abajo para pasar la aduana americana y llegando al vuelo a Chicago en última llamada. He de decir que el señor policía, en vez de preguntarme por terrorismos o armas, me pregunto si llevaba frutas. Las famosas manzanas asesinas de Europa.
La primera comida en territorio americano fue una señora hamburguesa. No iba a los Estados Unidos para comer ensaladas y chía. Sobre la dieta que consumí en América, decir que, de prolongarse unos meses, me habría causado diabetes y algún tipo de problema con el colesterol. Valgan como ejemplos la monstruosa pizza estilo Chicago, de la cual os hablaré más adelante, o la comida en The Cheescake Factory. Las almas caritativas que me acogieron en su casa, Leti y Mario, compartieron conmigo dichas comidas copiosas y, además, aventuras por la ciudad.
Los dos primeros días los dediqué a un acercamiento al estilo americano: centros comerciales, compras y cine. De este último solo diré que se reclinan los sofás (los asientos exceden el nivel de butaca) hasta posiciones de semi-siesta (butaca arriba, butaca abajo).
Otro de esos días fui a comer al Wendy’s (¡qué recuerdos!) y, a la vuelta, descubrí porque Estados Unidos es una de las cunas para esto del craftbeer. En uno de esos supermercados, nada especial, uno de tantos en la North Milwaukee Avenue, ahí en uno de tantos pasillos, vi un paraíso. Un pasillo entero lleno de marcas de cerveza, de craft e industriales. Y al lado 5 neveras con cajones de 24 y 48 botes o latas frías. Y un mostrador frío donde poder hacerte tu propio sixpack por 9,99 dólares. De ahí saque la selección a probar, una decisión muy difícil, creedme. Al final, decidí probar dos de la marca Samuel Adams y tres de Goose, que son del mismo Chicago.
Samuel Adams Winter Lager.
Una cerveza navideña suele tener ciertos toques especiados, sabores más navideños que se toman en invierno (Nota mental: tendría que hacer una entrada solo de cervezas de navidad. Sigamos.) Esta cerveza de color rojizo transparente tiene olor a malta con un toque especiado de fondo. En cuanto al sabor que tiene es, para que os hagáis una idea, el de una lager algo especiada. Esos sabores maltosos mezclados con toques de canela y jengibre. Según se calienta adquiere un cierto punto a naranja. El amargor es notable pero poco duradero, como buena lager que es. Podría ser tomada con sabores especiados, como el de un polvorón de canela, o almendrados, como el de una almendra rellena. No me miréis así, son bebidas de invierno, pues maridaje de invierno.
Decir que hacer una cerveza navideña con una lager es un experimento interesante y valiente. Lo normal es con una ale. Así que más puntos por el atrevimiento.
Samuel Adams Rebel IPA.
Vamos con una de esas cervezas que llevo queriendo probar muchísimo tiempo. No hace falta que os cuente que es una ipa, ¿verdad?. Si aún tenéis dudas, podéis ver aquí una explicación.
Tiene un color amarillo cristalino y espuma blanca. De esos que hacen que cuando preguntas “¿Qué cerveza te gusta?” haya quien diga “la rubia”. Y en tu mente aparece un cartel luminoso que pone “Hijo de la Mahou”. Ya me vuelvo a ir por las ramas… En cuanto a su olor es de intensidad media, muy herbal y ligeramente cítrico. Cuando la pasamos a la boca es ligeramente dulce, en un principio. Pero no os engañéis, en seguida llegan los sabores amargos y lupulados que duran todo el trago. Sin embargo, y esto es lo que creo que la convierte en algo muy interesante, su retrogusto es suave y más dulce que amargo, invitando a seguir bebiendo. Cuando se va calentando las maltas salen a relucir, sin perder ese punto fuerte de los lúpulos. Perfecta para acompañar una buena hamburguesa con su beicon frito. Recordad también que es una ipa americana, o apa.
Goose Winter Ale.
Empezamos con la cervecera nacida en la ciudad del viento, una de esas que, o estás por los Estados Unidos, o es bastante difícil de conseguir.
Comencé por esta Winter Ale de color marrón oscuro y espuma blanco oscuro. Esta es una cerveza de invierno más tradicional, con un olor intermedio a maltas, chocolate y muy ligero a frutas rojas. En cuanto la pasamos por la boca es poco amarga. Tiene tonos dulces, con toques a caramelo y cereal. La carbonatación y el alcohol se notan poco, haciéndola también muy bebible. La cerveza perfecta para ser acompañada del típico asado a la naranja o quizá de unos turrones.
Goose IPA.
Aquí he de decir que primero la probé cenando y después la termine sin comida, y que la percepción cambió. Esto es debido a que el maridaje fue una pizza estilo Chicago, con salchicha de carnicería. Esa masa gorda, con su tomate especiado y fuerte sobre la mozzarella y la salchicha, cambian mucho la percepción de cualquiera.
Se trata de una cerveza rubia transparente con espuma blanca, y prometo no desviarme con el aspecto de la clásica cerveza de bar con servilletas en el suelo. Tiene olor cítrico de intensidad intermedia. En cuanto al sabor, con la pizza fue de ligero amargor, con un retrogusto casi inexistente. Pero en cuanto dejé de comer pizza, la cosa cambio. El amargor viene desde el primer sorbo. Es un golpe de amargor digno de una american pale ale, una ipa cocinada en suelo estadounidense. Tiene además tonos cítricos. Y el retrogusto quedaba suave y amargo al final del trago. Notad que he dicho “deje de comer” y no “se terminó la pizza”. Duró un día más. Y eso que cogimos la pequeña.
Así que queda claro: un buen maridaje para estas ipas amargas son las comidas especiadas y fuertes. A esta ipa de Chicago le iba genial a la pizza de la misma ciudad.
Goose 312 Urban Wheat.
Aquí tratamos con una cerveza de trigo que se sale algo de los cánones del estilo. Tampoco mucho pero lo suficiente para destacar. Es de un color amarillo turbio, debido al trigo. Su olor ligero, floral y a limón, hace que ya nos demos cuenta de lo que pasa aquí: los lúpulos. Se han añadido lúpulos diferentes para hacerla tener un sabor que no se parezca al común. Este es dulce, a limón y cereal, este último del tipo del trigo. Tiene una carbonatación ligera y es muy fácil de beber. Algo diferente en el difícil mundo de las cervezas weiss, una cerveza para tomar con una Butterpretzel, como buena cerveza alemana, o con un perrito viendo un partido de la NFL
Tras las catas, retomo el relato del viaje por tierras del tío Sam. Dejadme que destaque algunos momentos y lugares de mi visita. No son todos, ni los más importantes, tan solo un pequeño muestrario:
– En la estatua de Michael Jordan me hice foto, como correspondía. A la ida pasamos por el típico colegio americano de las películas, con ese campo de baseball donde Timmy, que está a punto de hacer un homerun, mira a la grada pensando que su padre, como siempre, no estará. Y ahí está animándolo. Ha dejado atrás su trabajo y está apoyando a su campeón. A la vuelta pasamos por Little Italy, todo muy americano. Y cerramos el día con el típico almuerzo de tortilla de varios huevos.
– Hice fotos en “La Judía”, o The Cloud Gate, y en todos los rascacielos, famosos o no. También en el Chicago Trivium, con sus piedras traídas de todo el mundo. Va a resultar que los británicos y su museo no son los únicos expropiadores…
– La subida a la torre Sears, o Willis, y su Skydeck. Para alguien con miedo a las alturas, es todo un logro desbloqueado. Por si no lo conocéis, es una especie de terraza de cristal a 103 pisos de altura sobre el suelo. Da bastante impresión.
– Los viajes en tren a las afueras de Chicago y de vuelta, rodeado de trabajadores, por paisajes dignos de un videoclip de Rise Against y tomando un refresco de vainilla y cereza.
– Descubrir que su forma de conducir es diferente a la nuestra, y no solo en lo relacionado en las marchas. Se les permiten algunas piruetas dignas de película.
– Todo, y me refiero a todo, es grande. Sus casas, sus coches, sus farmacias (si se puede llamar farmacia a un supermercado), sus avenidas, sus comidas, sus refrescos, sus cafés, sus centros comerciales, sus raciones de palomitas, sus ofertas en ropa, su desconocimiento de más allá del charco, su falta de cobertura social, su número de banderas en cada rincón disponible, su número de marcas de cerveza, locales o nacionales, y una larga lista de cosas. Todo es a lo grande.
Podría escribir muchas cosas más que me pasaron o que vi, pero no quiero alargarme. Así que como recomendación cervecera final: si podéis llegar a conseguirlas, todas las cervezas de las que os he hablado son cien por cien un acierto en su estilo. Espero poder volver hablaros pronto de otro viaje. Mientras seguiremos con las cervezas.